La gran industria farmacéutica tal y como la conocemos, eso que se ha dado en llamar Big pharma, está en crisis. Los grandes
laboratorios tienen varios problemas que resolver: falta de novedades medicamentosas, competencia feroz de fabricantes de genéricos, un público preocupado por la seguridad de los productos y
frecuentes falsedades en las promesas de marketing. En suma, el viejo modelo está acabado, pero todavía no se sabe cómo va a ser el nuevo.
Durante los últimos años estas compañías no están encontrando la suficiente cantidad de nuevos principios activos que patentar y ello se junta con que están caducando las patentes de los fármacos
superventas. En plena crisis financiera global, las administraciones públicas, en general, están optando por la receta de genéricos. El modelo de marketing basado en la compra de la voluntad de
los médicos para que receten las novedades de los laboratorios tiene cada vez más resistencias. Y por si fuera poco durante los últimos años asistimos a un incremento de los escándalos por los
graves efectos adversos de muchos medicamentos, lo que supone un fracaso en la regulación del mercado.
-VIOXX (ROFECOXIB) de la compañía Merck, prometía ser más y efectivo y seguro que los
anti-inflamatorios no esteroideos ya existentes, pero cuando fue retirado del mercado, después de seis años, más de 100.000 personas, sólo en EEUU, habían sufrido ataques cardíacos e ictus debido
a su consumo. Merck se vio obligada a pagar 4.850 millones dólares en indemnizaciones, aunque lo más grave de esta epidemia farmacológica es que antes de su autorización, la empresa ya tenía
sospechas de los riesgos cardiovasculares y manipuló el diseño y los datos de los estudios para minimizar sus efectos adversos.
NINGÚN MEDICAMETO TIENE “COSTE CERO ”. Es decir, todos los fármacos poseen efectos adversos aunque frecuentemente son minimizados o desconsiderados en los estudios y la publicidad. No es un problema teórico como ilustran algunos escándalos recientes que el médico y coordinador de la Plataforma No Gracias por la regeneración ética del ámbito sanitario, Carlos Ponte, resume así (y no son todos los casos, claro, podríamos seguir con Agreal, los bifosfonatos, los anticatarrales que llevaban fenilpropanolamina, etc):
-PROZAC, la píldora de la felicidad de Lilly, y otros inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina. Se prescriben en 54 millones de personas en todo el mundo sin embargo la hipótesis científica en la que se sustentan es más que discutible, tienen efectos adversos en el área emocional, especialmente ideas suicidas en adolescentes y, sobre todo, cada vez está más claro que, excepto en los casos más graves de depresión, administrar estos medicamentos no es mejor que tomar una píldora de azucar
-TERAPIA HORMONAL SUSTITUTIVA en la menopausia, es otro ejemplo de epidemia farmacológica que
ha provocado graves problemas (cáncer de mama y accidentes cardiovasculares) con argumentos pseudo-científicos.
-LIPOBAY-BAYER- un medicamento para el colesterol que producía daño muscular (rabdomiolisis).
Con millones de consumidores y después de 52 muertos [corrijo a Ponte pues Bayer reconoció al menos 100 fallecimientos], fue retirado del mercado tres años más tarde (2001). Bayer fue condenada a pagar 872 millones de
dólares.
-RITALINA, una anfetamina (metilfenidato) que se receta a millones de niños en todo el mundo para tratar la “Hiperactividad y Déficit de Atención”, basándose
en un ensayo clínico del que uno de sus autores afirmó que “sus beneficios se habían exagerado”. Su consumo prolongado no ha demostrado mejoría de los síntomas y sí retraso del crecimiento y
algunas muertes aisladas, de momento inexplicadas, cuando es indudable que hay alternativas seguras como la psicoterapia, la dieta o el ejercicio.
Ante esta situación Carlos Ponte concluye:
Es evidente, por tanto, que estos y otros problemas se pueden evitar con ensayos clínicos más rigurosos, mayor control y efectividad por parte de las agencias reguladoras y de los estudios de
efectos adversos post-licencia.
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